4 de marzo de 2010

Cenizas

Los relatos de Ángeles Mastreta (van cobrando fuerza) me llevan una y otra vez a mi infancia, a los recuerdos más atávicos, a la muerte, a los entierros, a los velatorios, a ese ir y venir por las casas de los muertos de las gentes sencillas: vecinos, amigos, familiares. Todos agrupados en torno al finado, la mayoría de las veces sobre la cama o ya en el ataúd, cuatro velones encendidos a las esquinas. Fuera finada o finado, siempre las manos sobre el pecho, cruzadas, y entre los dedos el rosario. El rosario. De pronto me vino a la memoria el día en que acompañé a una amiga al cementerio para desenterrar a María, una sirvienta que la había criado a ella y a sus hermanos y que se la llevó con ella cuando se casó. Sólo le puso de condición que la llevaran a su tierra a enterrar, pero se murió de repente y los nervios le jugaron una mala pasada a mi amiga. La pobre María fue enterrada donde no debía haberse enterrado. Hubo de esperar a que pasaran diez años para que María fuera a su tierra. Y nunca mejor dicho, para que María se confundiera con su propia tierra. Esta historia ya la escribí en su día y se publicó en mi primer libro de relatos donde lo cuento todo con pelos y señales.
Mastreta desmenuza estas historia de pasiones rurales (o urbanas) con devoción. Se recrea en los sentimientos y se recrea con el lenguaje. América, ahora, es nuestro referente. Mientras en España se habla cada vez peor, se vapulea a la lengua como se sacude a una alfombra, en cualquier país de América, ya sea México, Colombia, Guatemala o Bolivia, se habla de una forma magistral. Se construyen las frases utilizando los tiempos verbales de forma correcta, sin escatimar formas, sin escatimar artículos, adjetivos, sin escatimar una letra para que la frase llegue al interlocutor como una bellísima pieza literaria.
Qué envidia sana me da a mí cuando escucho a tantas personas venidas de esos lugares, gentes humildes en su apariencia y en sus gestos, gentes que vienen a ganarse la vida porque en sus países lo pasan mal. Qué envidia - y qué pena al mismo tiempo- cuando les oigo hablar. Me fascina su riqueza de vocabulario, el respeto que tienen para su lengua, porque el idioma debería ser respetado como la bandera, como el himno nacional, como se respeta al maestro o a los padres. Y toda esta gente respeta todas estas cosas hasta hacer conmover.
Qué ha ocurrido en España para haber cambiado tanto? Por mis años, he podido vivir la transformación que ha acontecido en este país, que, otrora, fue ejemplo de convivencia y de respeto. Fui testigo del trato reverencioso que se hacía a los abuelos, de cómo éstos hablaban y todos escuchaba atentamente, de cómo se les reservaba los mejores lugares en la mesa, en los bancos de la iglesia, incluso las tajadas en el plato. Y he sido testigo también, de cómo a los abuelos se les ignora, se les reprende porque, arrastrados de sus casas cuando ya no pueden valerse por sí mismos, se ven obligados a estar con los hijos, por meses, por días o por años, y los pobres abuelos se sienten maletas, bultos repletos de ropa vieja que se tira. Y he sido testigo de esos otros abuelos, con peor suerte todavía, que los confinan en residencias y dejan pasar la vida, ansiosos, por si alguno de sus hijos se digna visitarlos alguna vez.
Qué ha ocurrido en nuestra cultura para que seamos tan desalmados?
El capitalismo y su imparable avance, nos ha hecho estúpidos. Estúpidos y desgraciados al mismo tiempo.

1 comentario:

  1. Sólo con el primer párrafo, me has vuelto a conquistar.
    Un beso mamá.

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