8 de febrero de 2010

Sombras chinescas

Hace unos días he colgado en un lugar del salón de mi casa unas figuras de madera, sombras chinescas, que compré en Bali hace algunos meses. Allí todo es magia, todo religión, todo un ceremonial místico para atraer a los buenos espíritus o para echar a los malos. Allí los pétalos de todo tipo de flores, alojados en pequeños recipientes hechos con tiras de bambú, son verdaderos iconos fetichistas del fervor del balinés que reza y ora postrado ante imágenes, aparentemente grotescas, pero llenas de encanto. O, simplemente, escondidos junto a una roca al lado de la playa o junto a cualquier árbol del camino. Todos rezan porque todos necesitan rezar.

Por supuesto, mis figuritas balinesas han estado guardadas en un armario hasta que, por fin, hace unos días decidí colgarlas en lugar visible.

Yo no soy supesticiosa, nunca lo he sido. El caso es que sin saber porqué razón y coincidiendo con la exhibición de esas figurillas me están sucediendo cosas raras, como por ejemplo, un amigo que se molesta conmigo muy seriamente por una tontería, una misiva improcedente redactada por un familiar que jamás se había dirigido a mi por carta, simplemente para molestarme, y algún otro incidente más que contribuye a perturbar mi relajada vida.

El caso es que cada vez que miraba a las figurillas, me venían pensamientos negativos, inconscientemente pensaba si esas inocentes sombras chinescas tendrán algún poder mágico religioso. No lo sé. Hoy los he quitado de donde los había colocado y los he guardado.

Curiosamente esta tarde he ido a ver una película de Wody Allen con dos amigas, a las que comenté estos extremos. Una de ellas me dijo que quitara inmediatamente esos objetos de la vista. Por eso lo he hecho.

La verdad es que vivimos aparentemente tranquilos, sin sobresaltos, sin que pase nada y, por no se sabe qué extrañas razones, ciertos acontecimientos nos desbordan. Mientras disfrutaba el film del cineasta Allen, donde se producía situaciones de lo más surrealistas e increíbles, yo iba pensando en la oportunidad del director por haber sabido explotar todo ese potencial imaginativo que cada ser humano guarda dentro de sí. Escribía yo en este mismo sitio hace unos días sobre las películas de otros directores como Carlos Saura, que asombraban al espectador con esperpénticos fotogramas: comensales sentados en los retretes y sentados en las mesas, mujeres con las faldas remangadas y los hombres con los pantalones en los pies. Situaciones, repito, que sorprendían al espectador. A mí me divertían esas escenas y me congratulaba por haber pensado yo también en ellas, incluso sin verlas en el cine. La imaginación nos desborda permanentemente, me atrevería a decir que a la velocidad del sonido. Pensamos sin parar mientras desarrollamos nuestra vida cotidiana y dejamos que se evaporen nusestros pensamientos. Wody Allen, insisto, ha sido capaz de escribir excelentes guiones cinematográficos echando mano de su prodigiosa y calenturienta mente. Le recuerdo cuando estuvo en Oviedo para recoger su premio Príncipe de Asturias. Me encontraba yo, precisamente, allí y tuve el privilegio de ser una de las personas invitadas a pasar unas horas en el teatro Jovellanos en un encuentro multitudinario con el público. Wody se mostraba encantado de estar allí y de que se le concediera tan nobiliario premio. "Además me lo va a entregar un príncipe de verdad". Confesó que estaba sorpendido por la buena acogida de su cine en Europa, no así en su país. Obsesionado con el sexo y las mujeres confesó que era lo mejor del mundo. Recuerdo que iba anotando frenéticamente todo lo que decía. Y lo debo de tener guardado en algún lugar de mis cosas que, tal vez. un día encuentre cuando haga limpieza y ordene algún cajón.

Hoy ha sido un día muy extraño. Como prometía, la tertulia del Club de Lectura ha propiciado un gran debate. "El edificio Yakobián", ha hecho salir el fanatismo, el horror, la falta de conmiseración, la crueldad, la venganza, la promiscuidad, los prejuicios, el amor, los celos, la corrupción, el Poder, la injusticia, la frialdad ante el dolor propiciada por la frustación a la que tantos seres humanos están sometidos desde que nacen hasta que mueren.

Hemos concluido que poco difieren unos lugares de otros, por muy distantes y diferentes que sean los pueblos. Siempre el ámbito de las emociones nos iguala. Y mañana, ya hoy, será otro día.

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