7 de febrero de 2010

Niebla

Hoy, domingo, el día ha amanecido con niebla. Espero a Elisa para darnos un paseso matinal, por el Duero, cómo no. Nos encaminamos por la carretera de la cárcel que nos lleva a una finca enorme de su familia, a la orilla del río, muy cerca del ya extinto centro penitenciario donde se rodó la película "Celda 112" que tantos éxitos está cosechando. Siempre que voy por este lugar recuerdo, hace ya muchos años, reciente mi regreso a Zamora tras ocho años en Barbastro, recién también la compra de mi bicicleta con la que recorría toda la periferia de Zamora, sola o con mi amiga Carmina y su hijo Gerardito. Recuerdo con precisión cada uno de aquellos paseos, pero sobre todo uno, muy especialmente. Era navidad y yo me sentía feliz porque había regresado a mi lugar, a mi familia, a mis raíces. Y era navidad, -mi mente todavía casi niña-. Le dije a mi amiga Carmina que debíamos llevarle algo a los presos. Llamé por teléfono y me informé del número de presos que había. No recuerdo el número, pero compré tantos paquetes de cigarrillos como presos había. Y el día 24 de diciembre, día de Nochebuena, nos encaminamos pedaleando hacia la cárcel. Llegamos a la puerta y entregamos el paquete con los cigarrillos como regalo a los presos.



No sabemos nada más, pero el hecho, a mí me produjo una alegría inusitada. Me gustaba que aquellos hombres, allí encerrados, supieran de que alguien anónimo se acordaba de ellos.



Todo eso iba pensando mientras Elisa y yo caminábamos, hoy domingo, por la carretera de la cárcel. Nos dirigimos por uno de los senderos donde todavía se mantienen, muy deteriorados, unos antiguos molinos, unas aceñas que todavía no han sido restauradas como las de Olivares o las de Cabañales. Junto a los molinos, un caserío de antigua labranza. Nuestros pasos dieron lugar a ladridos de perros. La dueña de la casa, alertada por los canes, nos salió al paso. Conversamos con ella unos momentos. Unos gatitos se agazapaban junto a la puerta de entrada. Parecían atentos a la conversación. El sonido de un motor de automóvil se aproximaba. La mujer nos anunció la presencia de su marido. El hombre salió del coche, mientras la mujer, despidiéndose de nosotras, se adentró en la casa. El hombre empezó a hablarnos. Viven allí toda la vida, más de cuarenta años. Relajados. Nos dijo que tenía ocho ovejas. Quisimos acercaranos a las aceñas. El ensordecedor ruido del río apenas nos permitía oir nuestras propias voces. Las últimas lluvias habían arrastrado junto a la pequeña presa, troncos de árboles, ramas y todo tipo de maleza. La conversación con el hombre duró apenas unos quince minutos pero nos dio tiempo a hablar un poco de todo. Como todas las personas que viven en contacto con la naturaleza, el hombre mostraba ese aire de quietud y parsimonia, esa filosofía de observación y sabiduría. Nos dijo que las ovejas eran muy inteligentes, que el macho solía ser muy agresivo porque cuando se aproximaba a su pequeño "harén de siete hembras" solía darle un empellón, un bufido para que se apartara de ellas. "Hay que andar con cuidado" -decía-. Las ovejas las tenía por los corderos. Lo que menos le gustaba era tener que sacrificarlos pues tenía que hacerlo él personalamente. No le agradaba. Me interesé por el modo en que los sacrificaba. Elisa dijo que qué morbosa era. Es cierto, lo soy, pero es más mi instinto antropológico y atávico que el morbo propiamente dicho. Nos dijo que los atontaba un poco con un golpe en la cabeza para que sufrieran menos. Después le atravesaba un cuchillo a través de la yugular para que se desangraran. El corderito iba muriendo lentamente hasta el final. Muy fuerte, desde luego, pero así es la vida.
La conversación siguió por otros derroteros. El hombre había estado en Marruecos, en Casablanca, y nos contó aspectos de una boda a la que había asistido. Decía que en Marruecos eran muy sucios. -O muy limpios, dije yo, acordándome del libro que estamos leyendo " El edificio Yacobián", una novela sobre un inmueble de El Cairo y las vidas de sus habitantes.- En el libro se cuenta la escrupulosidad de las mujeres cuando esperan a los maridos en casa tras la jornada de trabajo. Se lavan escrupulosamente, se acicalan, se perfuman para ofrecerse y disfrutar las relaciones amorosas. Les conté que, efectivamente, muchas ciudades de Marruecos y de otros países de Africa u Oriene Medio, como Amman, Damasco, etc...hay mucha suciedad por las calles, pero las mujeres van muy limpias, ocultas detrás de sus túnicas negras o coloristas. Nunca acceden a sus casas con el calzado de la calle porque la calle está impura. Y no permiten que entre la impureza a los lugares donde habitan o donde oran, como en las Mezquitas. También se observa en estos países las alfombras siempre tendidas en los balcones o ventanas secándose tras lavarlas con frecuencia. Al respecto, tuve en mi casa a una joven de Casablanca, precisamente, que me ayudaba en la limpieza. Tenía por costumbre lavar las alfombras cuando me descuidaba. Aunque fueran enormes, las introducía en la bañera llena de agua y allí las aporreaba hasta que quedaban impolutas. Yo le decía que no hacía falta tanto lavado. Ella decía que sí. Y yo la dejaba.
Nos alejamos del lugar inmersas en una agradable conversación.
Mañana, en el club de lectura desmenuzaremos entre todos lo que hemos extraído de "El edificio Yacobián".

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