1 de octubre de 2009

El frigorífico


Hacía mucho calor. Leía sentada en la cama, apoyada la cabeza sobre el cojín. Sentí sed y bajé las escaleras hacia donde estaba la cocina. Abrí el frigorífico y, de pronto, un ratón salto de entre las botellas situadas en la parte de abajo del frigorífico. Me quedé petrificada. Cerré la puerta casi al instante. Durante unos momentos me mantuve quieta, allí, junto al frigorífico cerrado. No grité, no. No soy de las que gritan: ni en las películas de terror, ni siquiera cuando tuve mis dolores de parto. Yo no grito.
Me mantuve así, quieta parada, no sé cuánto tiempo.
Cogí un vaso y me dirigí al grifo para llenarlo. Bebí despacio sin dejar de pensar en el ratón. Era la primera vez que me había quedado sola en la casa de verano. No sabía cómo iba a ser capaz de abrir el frigorífico. Subí de nuevo a mi habitación y continué con la lectura. Apagué la luz pero no era capaz de dormirme. Me hice mil conjeturas de cómo había ido a parar el ratón allí. La casa es vieja y, de vez en cuándo, se detectan escrementos de ratón por la despensa, en algún cajón. Cuando esto ocurre, se colocan pequeños recipientes con granulitos de veneno y no se vuelven a ver. Pero dentro del frigorífico, dentro del frigorífico, un ratón, no se había visto nunca.
Me quedé dormida cuando ya clareaba el día. Me levanté y sin entrar en la cocina, me dirigí a la calle. Al lado de mi casa, un grupo de niños con sus padres esperaban al autobús. Ýo no sabía qué hacer, ni a quién dirigirme. Me veía ridícula, no sabía cómo pedir ayuda. Armándome de valor, me dirigì a un abuelo que llevaba a sus nietos de la mano. Le abordé decidida. Le comenté lo que me pasaba. Sonriendo me dijo que no me preocupara, que él mismo, cuando dejara a los niños iría en mi ayuda.
Volví a mi casa y esperé al hombre. Al poco llegó. Yo le esperaba con una escoba y con el palo de una fregona, armas que servirían para acabar con el roedor.
El hombre abrió con cautela la puerta. Yo me había imaginado que el ratón estaría muerto por el frío, que estaría allí, junto a los tomates o la lechuga, junto al recipiente de la carne, al lado de la leche. Lo imaginaba muerto y bien muerto.
Al abrir la puerta, nada, ni rastro del ratón. Había desaparecido. El hombre me dijo que tal vez hubiera escapado al abrir yo la puerta. Imposible, le dije, no le dio tiempo. La cerré de estampida.
Fuimos sacando todo lo que había dentro y nada. ni rastro del ratón. Tenía que estar en alguan parte, le dije, no ha salido de aquí.
De pronto reparamos en un agujero, tamaño ratòn, que había en la parte de abajo, en un ángulo, donde se colocaban las botellas. Por allí había huído.
Di las gracias al amable abuelo y le acompañé hasta la puerta.
Hace apenas una semana, se llevaron el viejo frigorífico y en su lugar, y sin agujeros, uno nuevo.

1 comentario:

  1. Un ratón muy rudo o un desesperado o un vanguardista. No es habitual que lleguen a agujerear un frigorífico.

    Lamento vuestra noche de insomnio. Me creerías que cada vez que alguien expone el acto de una lectura, siento ansiedad por saber qué está leyendo.

    Admiro la limpieza de tus narraciones, querida Concha. Nada sobra ni nada falta. Nunca te extralimitas con los adjetivos ni divagas en exceso. Al pan pan y al vino vino.

    Un gran abrazo.

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